Recuerdo que hace unos meses publiqué un escrito sobre un pastel inspirado en la montaña, con sus setas, sus ojas caídas y los colores típicos de la estación otoñal. Es éste de aquí. Pues en esta ocasión el paseo no ha sido tan bucólico. Ha sido un poco más ruidoso y con más emoción. Aquí lo teneis.
Para este encargo me enviaron una fotografía de la moto de la persona que cumplía los años. Le gusta mucho todo este mundo y pasa muchos fines de semana con la moto arriba y abajo. Así que sus amigos querían que el tema de pastel fuera ése. Para ello, hice una reproducción en porexpan de la moto lo más fiel posible y la puse a correr y saltar en este pequeño circuito.
Las rocas están hechas con la mezcla de fondant blanco y negro sin acabar de fusionar del todo los colores. Así queda el efecto de las líneas que aporta más realismo a las piedras. Por dentro eran de bizcocho. El resto de la montaña decidí pintarlo en otro color y añadirle galleta maría triturada para simular la tierra.
El rio también le daría una nota de color a la composición y si podía haber un poco de cascada, mucho mejor. Así que pinté el fondant blanco con estas pinceladas azules, le dí brillo con pipin gel y con glasa real hice el efecto de la espuma. Por supuesto, todo comestible.
Las hojas están hechas con glasa real tintada de un verde oscuro y con la boquilla de forma de hoja (la primera vez que la utilizaba y es que, como siempre, me hacía ilusión probarla).
Por dentro, el pastel estaba hecho con bizcocho de vainilla, almibar de canela y naranja, y entre cada una de las capas, ganache de chocolate negro. Una perdición...
A pesar de ser un pastel pequeño, marcado por las personas que iban a la fiesta, quise prácticar de nuevo técnicas como la pintura sobre fondant, glasa real, modelado... para dar forma a una composición que no diera ninguna impresión de que aquello era un pastel.